Se acerca el Super, finalmente. Algo nos estarán preparando, supongo, los hinchas de River como una infantil revancha al descanso que le pegamos en el último superclásico, descanso que muy seguramente quedará sellado de por vida en aquél libreto donde se escribe la historia del fútbol argentino. Quizá simplemente canten obscenidades, seguramente discriminarán, como es su costumbre: negro, boliviano, paraguayo, cualquier insulto que trate de bajonear un poco al hincha xeneize, si bien recordarle su popularidad internacional no es un método tan eficaz que digamos. Pero en fin, cabe la posibilidad de que tiren papelitos, miles de papelitos, como para tapar esa mancha imborrable que cabe en ese mismo estadio: el recuerdo de una furia arrasador. Pero atento: una furia que se vio disputada en aquella cancha dos veces en estos últimos años, una furia que se divide, radicalmente, en lo que podríamos llamar "la furia del eterno emplumado", y "la furia de la fidelidad".
Fue en el mismo año, lo más curioso, en los que se disputaron estas dos furias en aquél triste escenario que tanto escalofrío da. Año 2010. En efecto, "la furia del eterno emplumado" hace referencia a aquella auto-humillación planteada por los hinchas de River, que dieron a entender el porqué de su apodo "gallina" al romper su estadio, al prenderlo fuego en sus comisuras, al salir como una estampida encolerizada hacia Nuñez para romper todo lo que lo rodeaba. Muy triste.
Sin embargo, previo a esto, pudimos presenciar la mencionada "furia de la fidelidad", en donde el hincha de Boca, como lo lleva en su naturaleza, alentó hasta que el partido finalizó. Fidelidad porque el equipo xeneize perdía por un tanto a cero en la cancha de River frente al club gallina. Furia no por el hecho de alentar a pesar del resultado, porque esto ya viene a ser cotidiano para el fútbol argentino cuando de la hinchada de Boca se refiere. Furia porque la hinchada de Boca, literalmente prendió fuego el Monumental. Las bengalas ardían, feroces, y refulgían de orgullo. Todas las camaritas de los hinchas riverplatenses señalaban aquella locura bostera, aquella locura fiel.
El hincha de River no olvida, no al menos sus humillaciones. Y es por ello que el miedo se le acumula como una mañosa gripe en su fuero interno. Ahora no tiene miedo de los hinchas visitantes, porque Ramón se encargó en su típico lloriqueo de arreglar la cuestión. Sin embargo, la gallineada atroz, aquella ideada por Carlos Tévez en la Libertadores 2004, al reírse en las caras de tantos infieles y tratándolos de gallinas descarecidamente, el hincha de River no olvida. Y esta vez el ex-Millonario se enfrenta a la imperiosidad de Juan Román Riquelme y al encanto y talento de Fernando Gago. Tamaña jerarquía, a las que se le suma jugadores como el "Cata" Díaz, el excelentísimo arquero Agustín Orion, el goleador del último torneo Emmanuel Gigliotti, o el desborde de jugadores como Sánchez Miño, Jesús Méndez, Juan Manuel Martínez... al hincha de River le tiemblan las manos, que las esconde debajo de la silla para simular tranquilidad, como es típico en su gen: esconder su propia mierda con mentiras.
Este domingo dará de qué hablar. Los hinchas infieles muy seguramente ya están realizando algo, quizá pirotecnia, o quizá cánticos xenófobos. Sea como sea, y si las cosas se dan como aparentemente se tienen que dar, este superclásico será recordado como otro de los cuales el Gallinero enmudeció en un silencio atroz. Del cual el hincha de River, ya conoce muy bien.
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